Domingo, a la noche. Efecto Domingo.
Domingo, a la noche, y además llueve. Efecto domingo elevado
a la enésima potencia.
Hace un mes que no puedo escribir nada. Nada. Ni lista del
supermercado. Ni completar un formulario de la AFIP.
Ni anotar ese dato fundamental que mañana voy a
necesitar y que- cuando llega mañana- ya ni me acuerdo, y si tuve la suerte de
retenerlo cinco micrones de segundo en la mente, seguro fue derechito a la
papelera de reciclaje neuronal. Es una guerra encarnizada entre cualquier
proceso de redacción y yo.
Estuve pensando seriamente en deshacerme de cuanta birome, lápiz,
crayón a la cera, portamina, lapicera fuente, bolígrafo, 2B, carbonilla,
fabercito, marcador permanente, microfibra, plumín y tinta china encuentre por
ahí. Son objetos obsoletos en este momento.
La contracara es que estoy leyendo mucho. Claro, como no
puedo escribir me flagelo con lo que otros sí pueden hacer. Y debo decir que
hay mucho boludazo con acceso a la palabra. Me revuelco en el fango de mi
propia soberbia cuando leo algunas cosas de “pseudos colegas” y me arranco las
crenchas al grito de ¡Yo que soy una mina formada y esta pelotuda que tiene el
cerebro quemado de amoníaco publica... y encima ESTO!. Y sí: prácticamente cualquiera
puede hacer cualquier cosa. Yo pensaba que no, pero la verdad es que sí. A lo mejor debería cambiar de rumbo e incursionar en cualquier otra cosa, porque me siento como en un mal episodio de Si lo sabe,cante. Debería buscar la estupidez automática, presentarme a algún
programa de talentos, vociferar algunas notas y dejarme de joder con esto de tener una profesión. O mejor me meto en un gimnasio, me pongo unas tetas desproporcionadas para mi estructura física, me practico una lobotomía y voy derechito para entrar en la próxima casa de Gran Hermano, por lo menos ahí lo ultimo que voy a tener que hacer es escribir (o pensar). Pero hoy no: es domingo, es de noche, y
para colmo, llueve…