29 sept 2011

No me Río de Janeiro


Estoy sentada en un café con vista a la calle. La primavera llegó a Buenos Aires y todos parecen estar de buen humor… todos, menos yo, claro. Qué amarga, dirán. Y sí: soy amarga… casi agria. O bien, hiper-realista: la alegría es para aquel que tiene algún motivo REAL, TANGIBLE, CONCRETO para detentarla… lo demás son drogas baratas, excelentes mecanismos de negación o bien ausencia de materia gris.
Se me acerca el mozo y me pregunta qué quiero de tomar. Normalmente le diría un café, pero no: le pido un whisky. Son las seis de la tarde y me voy a tomar un whisky… y me lamento porque rige la ley antitabaco.
Mientras espero que nada suceda, entran dos chicas y se sientan en la mesa de enfrente. Ellas son esplendidas, todo es brillante y feliz ni bien entra en contacto con el oxigeno que respiran. Se la pasan hablando de lo bien que se la pasaron en Río, de las playas, del sol, de la comida. De Chuchi, Mechi, y Chachi. Se cuentan una y otra vez las mismas cosas que ambas ya saben y que ya se han contado. Mientras tanto, busco algún elemento punzante sobre la mesa para perforarme el tímpano, y a falta de eso, me encomiendo a todas las deidades para que el satélite de la NASA extraviado caiga precisamente en esa mesa, en ese bar, en este momento…
Pero no. La vida es fantástica y rutilante para ellas. No estoy segura, pero creo que están drogadas, niegan la realidad y además- claramente- les falta materia gris. En silencio apuro el trago y las dejo con su tornasolada vida. Ellas se Ríen de Janeiro. Yo, me cago en Buenos Aires.


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