Lo volvió a mirar como quien mira algo ajeno, algo que no le
pertenece. Lo vio ir como un espejismo de viento y arena. Un escalofrío le
recorrió el cuerpo y se instaló ahí, insolente, ocupando el espacio vacante de
aquel que acababa de partir. Se hizo lugar entre las tripas para anidar sin
fecha de salida, sin permiso, sin contemplar siquiera si en ese cuerpo había espacio
alguno para que lo tomaran por asalto como residencia permanente. Tiemblan las autómatas
partes por las olas gélidas de un mar inmenso y cínico. Una pleamar de un constante
rugir ahogado.
No hay relato, trama o cuento. Solo estrellas parpadeantes en
la noche; noche silenciosa que es abrigo insuficiente al frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Saraciame