3 jun 2011

La humillación tiene cara de mujer



Hace poco discutíamos con Lía sobre las forradas del mundo femenino. Siempre discutimos sobre las pelotudeces que-nos-son-propias como minas, esas cosas que por una cuestión aleatoria y genital, solo nos toca transcurrir a nosotras. Claro que hay muchas cosas positivas, pero yo soy una persona negativa, así que solo puedo ver el vaso medio vacío y esperar que explote el mundo, se extinga la raza humana y se abra paso una nueva forma de vida.

Me excede y desconozco las humillaciones cotidianas a las que se somete un hombre por una cuestión aleatoria y genital. Pero si vivo en carne propia las humillaciones femeninas.


Hay 3 lugares denigrantes donde suceden las humillaciones más comunes: la peluquería, la depiladora, y el probador del local de ropa. Estos espacios supuestamente amigables esconden torturas físicas y psicológicas que van a terminar al otro espacio humillante (y que merece todo un apartado especial): el consultorio del Psicólogo.

La peluquería es la apoteosis tradicional del mundo femenino. Quizás sean los vapores del amoniaco, pero cosas extrañas suceden dentro. Por ejemplo, pensas que el pelo corto y rubio platinado te va a quedar bien, o que una permanente ochentosa es lo que se viene. Nadie te detiene y los muy sádicos te dejan proseguir bajo falsos argumentos. Vos te sentas en esa silla de tortura (que SIEMPRE  da a una ventana vidriada a la calle) y te dejas poner un gorro de goma donde te salen los pelos para afuera como si fueras una loca de aldea del medio evo, mientras lees obligada las novedades de Revista Paparazzi con un montón de otras gallinas ponedoras. Patético… e inevitable. 

Paralelamente nos vemos en la necesidad de someter al resto de nuestro cuerpo a otra tortura física: la depilación. Nos dejamos verter sobre el cuerpo una resina (muy) caliente, que literalmente nos arranca violentamente una parte constitutiva de la dermis, solo por un preconcepto cultural y estético. La humillación de estar peluda y en bolas frente a otra mina (la torturadora) se completa a partir de las posiciones denigrantes que la torturadora nos obliga a adoptar bajo el falso argumento que es “para hacer mejor su trabajo”. La humillación intenta ser aplacada bajo una obligada conversación coloquial o el más incomodo y profundo de los silencio entre los participantes.

No habiendo escarmentado lo suficiente, religiosamente nos sometemos a entrar en un espacio falsamente privado: el cambiador del local de ropa. Una incipiente cortina separa tu desnudez de una horda de consumidoras ansiosas por encontrar esa prenda que promete mostrarte como única, cuando hay- en realidad- en un sótano de Corea del Norte miles de personas zurciendo prendas EXCACTAMENTE iguales. No importa: tu pensamiento de unicidad es más, y te la llevas para probártela. Por supuesto: no te va a entrar porque la fisonomía de la Norcoreana promedio es igual a la de una nena de 12 años, por lo cual jamás te quedará la prenda, no habrá talle, la empleada del local te correrá la cortina cuando estés desnuda y empezarás a sentir culpa por esa alfajor Cachafaz que comiste hace dos semanas y hoy parece ser el responsable de todo. Finalmente, abatida y humillada, te calzás las mismas pilchas con las que ingresaste al establecimiento y te vas con la cabeza gacha, esperando mejor suerte la semana próxima, semana en la que te prometes que no vas a comerte ningún Cachafaz.

Y todo esto, ¿por qué?. ¿Para sentirte mejor “con vos misma”?. ¿Para sentirte plena y realizada?. ¿Para cumplir con un mandato cultural?. NO NENA, NO SEAS HIPOCRITA. Decila la verdad: el 90% de las cosas que hacemos es para encamarnos con algún pelotudo que anda dando vueltas por ahí.  Y sabés qué: me juego la cabeza que al tipo le importa un miembro viril toda la humillación que atravesaste. 


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