27 jun 2011

La culpa de todo la tiene Sigmund

“- Perdoname, no te quise decir eso…”
(De cómo no hay vuelta atrás cuando una comete un acto fallido)

Restaurant. Noche de sábado. Frío. Flashback a unos minutos antes.

Al otro lado de la mesa un muchacho. Potencial víctima para mi sábado a la noche.
Hace una hora que estamos sentados y tengo el cronómetro puesto: quiero que termine la cena y pasar a la segunda escena de esta noche… en su departamento.
Lo único que pienso es “me quiero ir a la cama con vos, me-qui-ero-ir  a  la-ca-ma  con-vos, me-quiero-ir-a-la-cama-con vos, mequieroiralacamaconvos…
Se produce un silencio incomodo en la trivial conversación que venimos teniendo, y para salir del paso, de manera casual le solicito el salero que está ubicado entre ambos…
Se lo señalo, y muy natural le digo “- ¿Me pasas la CAMA?
Él se me queda mirando, en silencio. SAL y CAMA son palabras que no se parecen en nada. No hay forma de pilotearla. No hay forma de decirle “te quise decir otra cosa, pasame la salcamota” o alguna otra estupidez que cubra lo que poblaba en realidad mi mente.
 “- Perdoname, no te quise decir eso…”
Tarde, muy tarde. Tengo un cartel de Se rifa colgado en la cabeza. 
(Díganme algo que no sepa…).


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Saraciame