9 abr 2011

Despertares

Así como hace unos meses me abandoné a mi suerte y abandoné otra aventura literaria, hoy mientras comparaba los precios de papeles higiénicos en la góndola del Disco (toda una aventura de regla de tres simple entre el concepto de la “doble hoja” y los “metros de papel”) no pude contralar la necesidad de volver corriendo a mi casa a escribir.

Ya tenía el changuito con las 4 estupideces que la vida en soledad nos requiere para subsistir (una caja de milanesas de soja, yerba, alguna fruta y-claro- papel higiénico), entonces me dije: ya estoy acá, pagó y me voy rápido a casa.

Me pongo en una fila de caja. Adelante mío se desarrolla una imagen clásica de la vida supermercaderil: una Cuarentona-bien-mantenida que habla por celular, mientras carga en sus brazos un bebé con el que tiene el mismo apego emocional que con 5 kilos de naranjas para jugo, y que complementa su corte de “familia tipo” con otro retoño, una Niñita-gritona que juega con un teléfono celular ficticio, en un claro entrenamiento de mímesis con la vida que le deparará el destino.

Uno puede adivinar mucho de las personas con solo ver el chango: qué hábitos alimenticios tienen, cuántos comensales disfrutaran de esa comida, cuál es su poder adquisitivo, etc. Un clásico sarazeo para matar el tiempo en la fila.

La Cuarentona-bien-mantenida comienza desarmar su chango repleto. Despliega sus productos como quien arma un desfile de modas: las cocas Light, los postrecitos Ser, las salchichas de Viena, los patys, los juguitos en cajita y deshidratados, los arroces ya pre-cocinados con salsa.... Empecé a ver que nada en ese changuito era “natural”, que todo estaba pre-elaborado… como esa familia tipo, como la señora-cuarentona-bien-mantenida, como el celular de juguete o como esas dos criaturas que habían venido al mundo vaya uno a saber para cubrir qué falta de la estúpida esa que seguramente nunca se había preocupado en su vida más que por la tintura, sus uñas esculpidas y que- por supuesto- jamás había cocinado algo en serio (lo puedo afirmar por ver el changuito).

Y ahí me corrió el escalofrío por la espalda: en ese acto de violencia iracunda contra una total desconocida me dí cuenta que había vuelto, que los meses en los que me había perdido y en los que no me habían dado ganas de escribir, habían terminado. Que esas vacaciones que le dí al mundo de mi misma podían darse por finalizadas.

Así que, desde hoy, sépanlo: volví, soy peor persona, y estoy llena de movidas de saraza.

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